En mis viajes suelo toparme con gente que al escuchar que soy colombiana mencionan la coca como una reacción involuntaria o más bien programada por la información a la que han sido expuestos. Yo les hablo de nuestra diversidad cultural, nuestra belleza natural, nuestro café de exportación, nuestra recursividad y remato recordándoles que si aquí en Europa –o en Estados Unidos- consumieran más bananos* o café* que coca, la baja en su demanda reduciría sustancialmente el número de plantaciones ilícitas e incentivaría los cultivos legales en nuestro país.
Para mi, la responsabilidad es compartida. Las aerolíneas incrementan su número de vuelos porque hay pasajeros para llenar sus aviones, los almacenes de ropa aumentan la explotación porque hay consumidores ávidos por prendas baratas, el tráfico ilegal de niños y niñas incrementa porque hay quienes creen que el fin justifica los medios, la extinción de animales marinos aumenta para satisfacer nuestro paladar, la tala de bosques, el desplazamiento de comunidades indígenas, la desaparición de las abejas… todas estas consecuencia sociales y ambientales son producto de nuestra sociedad de consumo porque en un planeta con recursos finitos una economía perpetua (base del capitalismo) está destinada a colapsar.
Nada raro es entonces que compañías como BP estén motivadas a incrementar su producción sin medir sus consecuencias; tienen una demanda que suplir, una demanda que se incrementa exponencialmente con el pasar de los días.
Seremos entonces de alguna manera responsables por el desastre ambiental que azota el Golfo de México desde hace más de dos meses? No están la mayoría de los productos que consumimos (gasolina, jabones, maquillaje, botellas plásticas, empaques, fibras sintéticas, pinturas, etc) hechos de la misma sustancia que ahora cubre las costas de Texas, Louisiana, Misisipi, Alabama y Florida, amenaza los ecosistemas del área e incluso motiva la discusión del uso de una explosión nuclear para detener su derrame? No estamos todos manchados de crudo como lo están cientos de pelícanos, tortugas y delfines? Cómo vamos a limpiarnos?
Dejé pasar 12 horas entre el párrafo anterior y los que siguen. El interrogante me cogió de sorpresa pero sé que cuando nos hacemos una pregunta es porque en algún lugar dentro nuestro tenemos la respuesta. Es como en la vida: sólo cuando estamos preparados nos llegan las pruebas que necesitamos; de manera que a veces lo único que hay que hacer es confiar en nosotros, en el destino, en el karma y estar atentos a las señales del universo.
Entonces, cómo vamos a limpiarnos? Poco a poco pero entre más nos demoremos en empezar, más grande será el impacto. La buena noticia es que muchos ya se pusieron manos a la obra y decidieron no esperar por iniciativas gubernamentales o campañas internacionales que los motivaran. Me refiero a los “pueblos, barrios, comunidades o ciudades en transición (transition towns), un movimiento internacional de personas que, ante el previsible fin del petróleo y la amenaza del cambio climático, han empezado a organizarse en sus municipios y localidades para hacerles frente y ser autosuficientes”. El movimiento empezó hace 5 años y ya hay más de 500 iniciativas oficiales registradas. Cada comunidad diseña, desarrolla e implementa su propio plan según sus necesidades y recursos disponibles, con la retroalimentación y el apoyo de los demás grupos en transición.
Al sur de la India, las Maldivas –una nación constituida por 1200 islas en su mayoría deshabitadas y que su altura máxima no alcanza los dos metros- se dio a la tarea de ser energéticamente sostenible en la próxima década. “Entendemos más que cualquier otra nación que pasará si no hacemos nada o si el resto del mundo no encuentra la imaginación para enfrentar el problema” dijo su presidente. Si un país en desarrollo con 350,000 habitantes tiene el firme propósito de neutralizar su impacto ambiental, que le impide a las grandes potencias hacer lo mismo?
También han nacido movimientos como el de la simplicidad voluntaria que busca de forma consciente no centrarse en la obtención de riqueza asociada directamente con el dinero o el del acrecimiento que se basa en el hecho de que el desarrollo (en términos capitalistas o como hoy en día lo concebimos) no puede ser sostenible. “Está probado que, desde 1980, el ser humano consume al año más recursos, y genera más residuos, de lo que el planeta es capaz de asumir y regenerar. Con lo que desarrollo, esto es, crecimiento, y sostenible, serían dos palabras contrarias, un sinsentido”.
Si ninguna de las personas entrevistadas durante mi estancia en Holanda mencionó su trabajo como fuente de felicidad, entonces para qué trabajamos? Yo diría que para acceder a los productos y servicios que creemos que necesitamos. Si empezamos a cuestionar este impulso, tendencia que iría en contra de todo lo establecido en el sistema económico actual, perderíamos el deseo de vender nuestro tiempo por dinero y empezaríamos a considerar otras opciones. El movimiento Slow (despacio) por ejemplo, propone “tomar el control del tiempo... dando prioridad a las actividades que redundan en el desarrollo de las personas, encontrando un equilibrio entre la utilización de la tecnología orientada al ahorro del tiempo y tomándose el tiempo necesario para disfrutar de actividades como dar un paseo o compartir una comida con otras personas. Aunque la tecnología puede acelerar el trabajo, así como la producción y distribución de comida y otras actividades humanas, las cosas más importantes de la vida no deberían acelerarse”.
Para quienes les es difícil saber si una práctica es social y ambientalmente sostenible, sólo hace falta preguntarse: si 6’500 millones de personas hicieran lo mismo, cuáles serían las consecuencias?
Cómo sería el mundo si compráramos menos y compartiéramos más? Si pasáramos más tiempo con nuestras familias? Si orientáramos nuestro potencial al apoyo de proyectos comunitarios? Si fomentáramos más nuestro talento para el canto, la carpintería, el arte, la cocina, la literatura, los idiomas, etc.? Si deteniéndose el tiempo, todos estamos disfrutando de las cosas simples de la vida, de esas que no dependen de nuestra capacidad adquisitiva, nuestro patrimonio familiar, nuestra clase social, nuestra herencia genética… si todos aprendiéramos a disfrutar de las cosas simples de la vida habría más amor, más luz y más paz en este mundo.
Como dice Snatam Kaur “the sun shines on everyone, it doesn’t make choices” (el sol brilla para todos, no elige).
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Calu
Mural en uno de los albergues del Camino de Santiago.
* Fairtrade (con el sello de comercio justo, de lo contrario sería promover más la explotación)