Tengo más de 100 archivos de audio con las respuestas que me dieron transeúntes, anfitriones, polacos, españoles, belgas, ciclistas, católicos, ingenieros, turistas, abuelos y todo el que se nos cruzó en el camino con cara de no-me-asusta-la-gente-que-se-me-acerca-a-preguntarme-algo. De sus palabras aprendí mucho; también de su silencio, del tiempo que se tomaban para imaginarse que sería de sus vidas si les quedaran 24 horas, de sus caras de alegría o tristeza, de su risa nerviosa o de sus lágrimas, de sus “cuando yo era joven creía que muchas cosas eran posibles” o sus “me pondría en contacto con algunas personas a las que no les he dicho lo que siento”; incluso de la joven que salió corriendo y se metió en un restaurante por si la íbamos a seguir para hacerle algo. Sin embargo creo que todos me sorprendieron al ser tan abiertos, tan sinceros y tan receptivos con una desconocida.
Todos necesitamos quien nos escuche, todos buscamos lazos profundos, todos queremos acercarnos un poquito más pero nos guardamos las ganas de saludar, de sonreír, de ser amables con un desconocido. “Deja que otros digan ‘no’ porque lo mejor que puede pasar es que digan que ‘si’” leí por ahí.
Bélgica me recordó que lo natural es hablarnos, es confiar, es creer en las buenas intenciones del otro, es escuchar más esa voz interior que habla desde el corazón. Y en esto creen casi 2 millones de personas regadas por el mundo que abren las puertas de sus hogares para hospedar viajeros (o “couchsurfers” como solemos llamarnos gracias al portal couchsurfing.com). CouchSurfing es una red internacional sin ánimo de lucro que conecta viajeros con personas de 230 países y territorios. Desde el 2004 sus miembros utilizan esta plataforma para crear intercambios culturales, amistades y experiencias de aprendizaje. Junto con Sonia nos hemos quedado en más de 20 casas de personas que se atrevieron a decir “si”, que confiaron en nosotras y nos abrieron las puertas no sólo de sus hogares sino algunas veces hasta de sus vidas.
Al igual que redes internacionales para alojamiento existen coros virtuales, una orquesta sinfónica colaborativa, economías de intercambio de servicios, grupos para viajar acompañados; incluso el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático ha producido reportes con la participación de más de 2500 expertos.
Internet se ha convertido en una herramienta para darnos cuenta de la cantidad de iniciativas y proyectos que se están llevando a cabo alrededor del mundo y así poder participar de alguna manera. Cuando BP (British Petroleum) está considerando en invertir en Alberta Tar Sands en Canadá y contribuir a uno de los peores desastres ambientales, activistas en todo el mundo están protestando en frente de embajadas canadienses y bloqueando oficinas de BP; cuando en Suiza Nestlé se está reuniendo para informar a sus inversionistas sobre las ganancias del año, hombres y mujeres se descuelgan del techo del recinto con pancartas sobre el impacto de la extracción del aceite de palma, ingrediente activo de los productos de Nestlé. También hay campañas para concientizar a la población sobre el impacto que tienen empresas como CocaCola en Colombia. En Europa este producto tiene muy mala reputación y está asociado con extorsión, asesinatos, secuestros y torturas y por tal, un gran segmento de gente he optado por no apoyar su distribución y consumo. Cuando en Honduras una empresa fue cerrada porque sus 1200 trabajadores intentaron organizarse para pedir un trato y salario justo, sindicatos de estudiantes estadounidenses persuadieron a las compañías de su país a suspender relaciones hasta que los trabajadores fueran indemnizados y contratados nuevamente en condiciones justas. La presión la ejercieron en miles de ciudades bloqueando almacenes, interrumpiendo reuniones, educando al público, usando su poder como consumidores, el poder que tenemos todos pero del cual poco somos conscientes.
Cada compra apoya una causa, cada una de nuestras decisiones genera un impacto. El conocido refrán “lo barato sale caro” lo comprueban las millones de personas al otro lado del mundo que están trabajando en condiciones infrahumanas para producir lo que nosotros vamos a considerar barato. Hay cada vez un mayor número de personas que no sólo entiende esa conexión sino que la siente. Los bananos colombianos o los mangos hindúes pierden su sabor cuando están manchados de injusticia; el chocolate de Ghana o el algodón de Uzbekistán dejan de ser un placer cuando hay esclavitud infantil de por medio; la carne de Brasil o de China empieza a sabe amarga cuando viene de animales que no han visto la luz del sol.
Muchos hemos sido tentados por la idea de ir a voluntarear al África porque allí si vamos a dejar huella sin darnos cuenta que todos los días somos voluntarios a través de nuestras acciones, de los productos que escogemos, de los sistemas de transporte que usamos, de la basura que evitamos generar, del segundo o tercer uso que le damos a las cosas.
Ni la economía nacional ni nuestra felicidad se van a ver amenazadas si consumimos menos. Me atrevo a decir que quien minimiza su consumo se da cuenta que no necesita trabajar tanto y puede invertir su tiempo en las actividades que disfruta o en sus proyectos personales que en la mayoría de los casos no van a hacernos millonarios económicamente hablando pero si van a hacernos seres humanos más humanos, más completos, más satisfechos.
Hasta aquí les comparto porque me esperan una bicicleta rescatada que necesita arreglo y un pedazo de tierra que aguarda paciente por los vegetales que empecé a cultivar.
Y me despido con una frase de los dibujos animados Pinkie y Cerebro: “¿Qué haremos hoy? Tratar de conquistar al mundo” (ja, ja, ja, carcajadas malévolas).
Adelante,
Calu
